Érase una vez un pueblo, un pueblo como el que muchas y muchos hemos tenido alguna vez. Ese lugar en el que las calles estaban desgastadas por nuestras idas y venidas, por nuestros juegos.
¡Y cómo recordamos aquel tiempo y aquel lugar!
Pep Bruno siempre cuenta que este libro nació por un error, se disponía a escribir un cuento y comenzó "El hombre corre", pero al escribir puso correo y pensó "umm, qué interesante un hombre correo", luego a ese personaje le dio un lugar donde vivir, otras personas con las que estar… y tirando del hilo llegó al paraíso de su infancia, Selas, lugar donde se forma este mosaico, donde ocurren todas estas historias. Le costó juntar todas las piezas pero al fin estuvo terminado. Lo dejó reposar durante un año para marcar una distancia, volvió a acercarse al libro, ahora como lector, y le gustó lo que leyó, era el momento de enviarlo a un editor, a una editora.
En el libro Los días pequeños, publicado por la editorial Narval, se respira sobre todo calle, calle de pueblo pequeño en el que todos sus habitantes se conocen, en el que cada uno tiene su lugar, su historia, esa historia que los hace entrañables a los ojos de los vecinos y a nuestros ojos, que los leemos.
¿O acaso no resulta conmovedor ver en este paraíso de la infancia de Pep al "hombre carta" llevando los mandados de sus vecinos?, mensajes de amor, notificaciones y chascarrillos, todo cabe en la memoria de Andrés, no necesita más que escucharlos un par de veces para quedarse con ellos.
¿Y qué me decís de juan Tarambana, el poeta del lugar, que no puede dejar de componer? (¡qué sería de los pueblos sin su poeta!); que se lo digan al hombre carta ese día que se tropezó con él, todas las palabras de sus mensajes se desparramaron. Menos mal que el poeta le ayudó a recomponer los mensajes ¡y de qué manera!
El niño Antón es uno de los pequeños protagonistas de este libro, le encanta silbar, bajar por la Cuesta del Reloj con su patineta, su tirachinas y …¡las ciruelas!
La tía Gabriela, guardiana de La Rosaleda y contadora de historias, es quizá una de las más viejas del lugar.
Aquí están algunos de los habitantes de este pueblo, que miraba embobado Pedro cuando subió al campanario a tomar medidas para una cuarta campana, y también ve desde allí las huertas, el molino viejo, las tablas de cereal y el pequeño río; se enamoró de todo lo que se veía desde allí arriba, y fue en lo alto del campanario donde se quedó a vivir después de terminar la campana que le habían encargado.
Estas imágenes y esta gente son el escenario para esta historia de historias, seguro que alguna de estas situaciones nos lleva a alguna similar que hayamos vivido, relatos de vida que estaban escondidos en nuestra memoria y que a lo mejor lo que leemos ha ayudado a aflorar.
Esto es lo que cuenta el ilustrador, Daniel Piqueras Fisk, que le pasó a él; cuando tuvo que elegir dónde situar lo que contaba el libro se fue directamente al pueblo de su infancia, allá en el norte de España, Covarrubias (Burgos), mientras que Pep pensaba en Selas (pueblo de Guadalajara) cuando escribió su texto.
Si os habéis fijado en las ilustraciones intercaladas que he ido dejando, los dibujos de Daniel perfilan perfectamente el aire que tiene la historia, sencillas ilustraciones con rotulador que dicen mucho de lo que está pasando en ella, Pep comenta que el libro mejoró con las ilustraciones, que el ilustrador supo darle una mirada muy interesante e inteligente al libro.
Para Daniel, fue el primer texto de otro autor que ilustraba y supuso una responsabilidad, pero cuando llevaba veinte páginas ya veía a los personajes en su cabeza y eso le encantó.
Con su madre comienza este libro Pep, pues es a ella a quien se lo dedica, ¡quién si no estaba a su lado cuando él volvió a rememorar el paraíso de su infancia!
Y con ella termina, pues en la nota del autor incluye una anécdota que le contó que había vivido con sus amigas; bien podía haber formado parte del libro, pero le llegó cuando el libro ya estaba terminado, aún así ahí nos queda, a la par que esa lectura en voz alta del libro que a su madre también le hizo recordar.
¡Como a nosotros!